Hace años, cuando el concepto “globalización” simplemente no existía, los estudiantes de económicas veíamos la macro y la microeconomía, como dos asignaturas totalmente diferentes, y a las empresas y autónomos en su actividad diaria, les daba exactamente igual lo que pasará en el resto del mundo, a excepción del precio del petróleo.
Pero la globalización impuso un cambio de mentalidad radical, y pudimos comprobar la certeza del dicho: cuando una mariposa bate sus alas en una parte del mundo, puede provocar un huracán en el otro extremo del planeta.
Al día de hoy, al iniciarse el período al que se le empieza a conocer como postpandémico, ya se percibe una intención clara de que los habitantes del primer mundo quieren recuperar de manera rápida sus hábitos de consumo.
Hay una clara expectativa de incremento del consumo a nivel mundial, que beneficiará a todos los sectores de actividad, e incluso creará otros nuevos aupados por la introducción de la tecnología 5G y por el hecho de que la denominada transición verde hacia las energías renovables empiece a calar en las políticas públicas y privadas de todos los países.
Pero esa palpable expectativa de crecimiento de la demanda, que podría llevar a que el Producto Interior Bruto de las economías avanzadas fuesen representados gráficamente con una rotunda V, ya está siendo cuestionada por una realidad importante: el desabastecimiento de las materias primas especialmente cobre, acero, y madera, y el innegable aumento de su precio, el coste de los fletes de embarque, así como la escasez de la mano de obra.
Lo anterior lleva aparejado un inevitable empeoramiento de los costes de producción: (el gran enemigo de cualquier empresario o autónomo al no poder evitarlo ni repercutirlo íntegramente a su cliente).
Se suscita así un debate que genera volatilidad en los PIB’s de cualquier país: el nivel de prudencia con el que las empresas deben ajustar su producción y, por ende, una posible reducción de la disponibilidad de stock de los productos finales, ya apunta a que el 2022 puede empañar el optimismo que percibimos en el 2021, según se observa en el siguiente cuadro:
Los grandes beneficiados son, sin duda, los países productores de materias primas o los que las procesan.
Éste es el caso de China, que ya están almacenando cobre y cobalto para que a medio plazo sus fábricas no se paralicen cuando, en pocos años, la transición hacia las energías renovables adquiera solidez y la demanda se dispare aún más.
Esto tiene bastante que ver con que el 60% de las fábricas alemanas estén ralentizando ya su producción y retrasen las entregas a clientes. Pero China también resulta ser el principal productor de acero del mundo, y sus clientes principales: Europa y EEUU con crecimientos importantes de su demanda, elevan su precio (desde abril un 50%) y empezando a poner freno al sector de la construcción.
La escasez de mano de obra no afecta sólo al Reino Unido por las políticas inmigratorias impuestas por el Brexit (y que hasta su entrada en vigor nutrían a este país de mano de obra barata y lo hacían tener sectores de producción muy eficientes), sino al resto de Europa.
Una recuperación postpandemia más rápida de lo previsto, una población cada vez más envejecida y una población activa con escasez de formación en los principales sectores oferentes de empleo: comunicaciones, construcción, sanitarios y hostelería, lastran dicha disponibilidad de mano de obra. Todo ello, alimentado porque la búsqueda de empleo se ve frenada por el escenario de bajos sueldos, escasez de perspectivas profesionales, junto a unas exigentes condiciones laborales.
El escenario de incertidumbre es evidente, pero nada concluyente. Las empresas y los directores financieros de las mismas estarán obligados a estar muy atentos e informados sobre “la mariposa que bate las alas”, para adecuar sus planes de negocio a la ansiada búsqueda de la rentabilidad.